jueves, 11 de octubre de 2007

La consulta de Ibarretxe

Diario de Navarra 2007/10/11

“No es la ley, sino el poder de ir más allá de ella cuando las circunstancias lo exigen lo que hace al soberano. Y si se reconoce a alguien ese derecho una vez, no hay forma de negárselo las siguientes. Ibarretxe lo sabe. Y no puede dejar de recordar esas declaraciones de Zapatero en donde reconocía «el derecho a decidir de los vascos».”
Iñaki Iriarte López es profesor titular de la UPV

La consulta de Ibarretxe

DESDE la Transición, por una extraña mezcla de miedo, buena voluntad, timidez y una injustificada mala conciencia por lo que el franquismo había hecho en nombre de España, los no nacionalistas hemos transigido con muchas de las reivindicaciones del separatismo. Hemos reconocido símbolos y banderas, dado por buenos mitos y falsedades, aceptado como educación y cultura la propaganda de sus creencias.

Hemos admitido también que la exacerbación de algunas peculiaridades históricas y etnológicas obtuviera el marchamo de «progresista» y que, con ello, la etnicidad compitiera con la ciudadanía como eje vertebrador de la vida política. Todas estas cesiones, más o menos veladas y conscientes, se hicieron con la esperanza de que contribuirían a enseñar un poco de urbanidad a los nacionalistas. Y de que, caso de que el intento de amansarlos fallara, al menos, la mayor parte de quienes les daban el voto se rendiría a la evidencia y reconocería que, después de todo, los vascos -o los catalanes- vivían mucho mejor que los demás españoles, de forma que la historia esa de que éstos últimos los oprimían se revelara una auténtica memez. A estas alturas, pocos se atreverán a negar que esa estrategia, transigente y conciliadora, ha fracasado. Y la prueba más evidente la vivimos en estas semanas. Después de casi cuatro años de buen talante, de guiños hacia los nacionalismos, de haber impulsado una segunda transición a espaldas del segundo partido del país y su aliado natural en cuestiones de Estado, el premio recibido por el gobierno socialista ha sido la convocatoria de un referéndum por Ibarretxe.

Muchos comentaristas han hablado estos días de un «órdago». Una metáfora muy previsible. Pero, en realidad, el desafío lanzado por el lehendakari va mucho más allá. A un órdago cabe responderle con una negativa. Y el contrincante se llevará, en el mejor de los casos, una piedra. Pero no necesariamente ganará la partida, ni siquiera el juego. En esta ocasión, el mero hecho de haber enunciado el reto implica, según temo, haber derrotado ya al Estado. Un clásico -controvertido, pero clásico- de la ciencia política como Carl Schmidt señaló certeramente que la verdadera esencia de la soberanía no residía en la capacidad legislativa sino en el derecho a decidir. No es la ley, sino el poder de ir más allá de ella cuando las circunstancias lo exigen lo que hace al soberano. Y si se reconoce a alguien ese derecho una vez, no hay forma de negárselo las siguientes. Ibarretxe lo sabe. Y no puede dejar de recordar esas declaraciones de Zapatero en donde reconocía «el derecho a decidir de los vascos». Poco le importa que ZP añadiera después «en el marco de la Constitución». Ni siquiera intenta comprender la importancia del matiz. Decidir es decidir, y punto.

Por lo mismo, pienso que se equivocan quienes esperan que los argumentos jurídicos sobre la ilegalidad de la consulta impidan que se lleve a cabo. ¿Qué hará el gobierno? ¿Mandar a la Guardia Civil a impedir el referendo? ¿Y si la Ertzaintza tuviera órdenes de garantizarlo? ¿Qué pasaría? El Estado no está para nada preparado para una imagen así. Una imagen que lo desprestigiaría definitivamente tanto en el País Vasco y Cataluña, como en el extranjero. Por algo parecido, tampoco resultaría efectivo deponer al lehendakari, como proponía hace unos días Savater. ¿Se imaginan qué espectáculo, un Ibarretxe negándose a acatar su degradación y apelando a la «resistencia pacífica» de «los vascos y las vascas»? El Estado está atado de pies y manos. Y el lehendakari lo sabe.

¿No nos queda, entonces, ninguna esperanza? Sí. Caben dos posibilidades. Una, que el propio PNV deponga a Ibarretxe. Y dos, que la sociedad vasca envíe el próximo marzo al ostracismo al nacionalismo, votando masivamente por los partidos que defienden el constitucionalismo. Y no sé qué resulta a estas alturas más improbable.

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