Diario de Navarra 2007/05/26
"¿Izquierda? ¿Derecha? Hace tiempo que la realidad ha arrinconado ese debate en esta tierra. Nuestras opciones son ahora estas otras: plantarles cara o maquillar nuestro propio pánico. Libertad o autoritarismo. Y mañana decidimos la primera batalla."
Iñaki Iriarte López
El voto del miedo
ESTABA cantado que los partidos que conforman el Gobierno foral iban a ser acusados de apelar al voto del miedo. Precisamente por ello, las fotografías de los candidatos rivales se afanan por desmentir cualquier amenaza. Sus miradas transmiten cercanía, tolerancia, humanidad. ¿Miedo? ¿De esa gente tan simpática, tan campechana, tan visiblemente inofensiva?
Pero, sí. Miedo. Para qué negarlo. Esta sociedad, que como las del resto de Occidente se asemeja mucho a ese rebaño tímido y trabajador que vislumbró Tocqueville, lleva mucho tiempo sintiéndolo -mucho antes, por supuesto, de que se fundara ETA-. Y tal vez por ello a estas alturas, de puro cansada, no se necesita tanto para intimidarla. Basta con que miles de carteles tomen al asalto las calles, con sus puños y sus esvásticas, creando la apariencia de haberse apoderado de nuestros barrios y pueblos. Si, además, la televisión nos muestra cómo sus seguidores hostigan impunemente a los candidatos rivales, e incluso al ministro de Justicia, es difícil escapar a la sensación de que lo mejor que puede hacer uno es ir buscándose algún agujero donde cobijarse ante la que se viene encima. ¿Un diagnóstico exagerado? Que se lo digan a las decenas de miles de no nacionalistas que en el País Vasco -y demasiados pueblos de nuestra comunidad- se han acostumbrado ya a hablar en voz baja y sólo con gente de confianza, a callar por sistema y no mirar a los ojos de los delatores, a tratar de pasar desapercibidos y evitar los espacios públicos…
Durante años escuchamos repetir a nuestros políticos que la violencia no conducía a nada, que resultaba inútil. Era mentira. La violencia es poder. Porque, aparte de casos aislados de heroísmo, crea miedo, cobardía. Una cobardía proporcional a la arrogancia de los matones.
El miedo constituye un sentimiento complejo, que puede manifestarse de diferentes formas. La más elemental consiste en huir de los agresores, entregarles el columpio, el bar, la plaza, la sociedad. Pero hay otra manifestación más retorcida que, de entrada, se negará siempre a reconocer su temor. Al contrario, intentará convencerse de que el agresor tiene también sus razones, sus argumentos. De ahí se pasa imperceptiblemente a tender puentes con él: compartir amistades, frases, chistes, fobias, filias. Llegados a ese extremo se está ya a punto de darle todo con una sonrisa. Entonces sólo queda mirar con odio a quienes todavía resisten y apelar, con aire de superioridad, al valor supremo de la convivencia.
Todos sabemos quiénes son los matones de este barrio. Pero el elenco de gestos que se despliega ante ellos con el fin de congraciárselos todavía no ha sido catalogado. El repertorio incluye utilizar su misma jerga («diálogo», «conflicto», «derecho a decidir»). También educar a los hijos junto a los suyos -a ver si de ese modo obtienen un salvoconducto para el futuro-. Y, por supuesto, votar a quienes, excepto en las cartucheras, los correajes y algún otro detalle, se les asemejan en todo lo demás.
Verosímilmente, el miedo va a jugar un peso decisivo en los comicios forales de mañana. A unos les reafirmará en su apoyo a los partidos leales a la Constitución. A otros, a los que niegan su temor y se han convencido ya que los matones tienen su parte de verdad, les llevará a votar en favor de «un giro a la izquierda». «¡A la derecha no!».
¿Izquierda? ¿Derecha? Hace tiempo que la realidad ha arrinconado ese debate en esta tierra. Nuestras opciones son ahora estas otras: plantarles cara o maquillar nuestro propio pánico. Libertad o autoritarismo. Y mañana decidimos la primera batalla.
sábado, 26 de mayo de 2007
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