Diario de Navarra 2007/05/10
“Para completar la transformación y puesto que en política la apariencia es todo, presentaron nuevas caras, nuevas siglas y, de paso, compraron nuevos medios de comunicación. Según parece, la jugada les ha salido razonablemente bien: el voto nacionalista se ha alejado de la marginalidad a la que parecía abocado y podría convertirse en la segunda fuerza en Navarra.”
IÑAKI IRIARTE LÓPEZ
LO QUE NAVARRA QUIERA
A este paso, la frase más manida de la próxima campaña electoral va a ser la de que Navarra será lo que deseen los navarros. A fuerza de oírla, cualquiera diría que aguardamos ansiosos el día que nos permitan opinar y que no llevamos treinta años votando libremente lo que deseamos ser. En los labios de los representantes del nacionalismo vasco la frase de marras resulta entre insólita e inverosímil.
Durante la Transición, si por algo se caracterizaron sus afirmaciones respecto a Navarra fue precisamente por su desdén hacia los deseos de sus habitantes. Garaikoetxea nos incorporó con desparpajo al escudo del País Vasco, aún sabiendo que la mayoría de la sociedad navarra lo rechazaba. En 1978, Zabaleta exigía en el Ayuntamiento de Pamplona que se reconociera «que no hay Euskadi sin Navarra», consciente también de que la ciudadanía no estaba de acuerdo. Para solventar ese pequeño detalle, muchos plantearon abiertamente que en un hipotético referéndum de integración los navarros deberían votar junto a los vascongados (y, de hecho, esa fue la fórmula que proponía ETA en su entrevista con Pedro J. en 1988).
Estas y otras torpezas resultaron a la postre muy perjudiciales para los nacionalistas que vieron disminuir progresivamente su peso en nuestra Comunidad y cómo se fortalecían aquéllos que se oponían frontalmente a la anexión. Fueron la constatación de este fracaso y la toma de conciencia de que las cosas podían irles todavía peor las que les llevaron a cambiar sustancialmente su estrategia. De entrada, comenzaron a aparcar sus diferencias, a unificarse, con la esperanza de conseguir abultar un poco más. Luego dejaron de lado el vocablo «Euskadi» y rescataron el entonces mucho menos politizado término «Euskal Herria». Como éste aún despertaba demasiados recelos, fueron limitando su uso y optaron por mentar compulsivamente el nombre de «Nafarroa», con la esperanza de que así nadie podría acusarles de quintacolumnistas. Guardaron en el cajón su propuesta de integración en el País Vasco y se decantaron por expresiones más suaves, como «cooperación», «relaciones institucionales» y «órgano común». Afónicos de tanto corear sin éxito la cantinela del «Nafarroa Euskadi da», se convencieron de que vasco y navarro eran, en el fondo, dos caras de la misma moneda y que, incluso, las Vascongadas no eran sino la irredenta «Navarra Marítima» que suspiraba por volver a la casa del padre. Para completar la transformación y puesto que en política la apariencia es todo, presentaron nuevas caras, nuevas siglas y, de paso, compraron nuevos medios de comunicación. Según parece, la jugada les ha salido razonablemente bien: el voto nacionalista se ha alejado de la marginalidad a la que parecía abocado y podría convertirse en la segunda fuerza en Navarra.
¿Qué pensar de todos estos cambios? ¿Son mero maquillaje? ¿O bien el reflejo de nueva doctrina del nacionalismo hacia Navarra? ¿De verdad desean ahora que ésta sea lo que los navarros queramos? Personalmente, creo que se trata de un cuento chino. Hasta ahora nuestra decisión mayoritaria, expresada elección tras elección, les ha importado un maní. Y la prueba más clara la tenemos en la programación diaria de EITB, la radiotelevisión pública vasca, donde sistemáticamente nuestro territorio es anexionado a Euskadi sin ningún asomo de rubor. Y otro tanto podría decirse de los colegios públicos e institutos vascos donde el dogma de las siete provincias entra en examen curso tras curso. Si durante estas tres últimas décadas de democracia a los nacionalistas en el poder en Vitoria les ha dado exactamente igual que sus filiales en nuestro Parlamento estuvieran en franca minoría, ¿qué indicios hay de que a partir de ahora vayan a respetarlos, cuando están tan crecidos?
Iñaki Iriarte López es profesor titular de Pensamiento Político de la Universidad del País vasco
jueves, 10 de mayo de 2007
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