“Ciudadano es hoy quien tiene derechos civiles y políticos reconocidos, quien se relaciona con el Estado en términos de lealtad a la constitución y a las leyes, quien mantiene una conducta cívica de preocupación, ocupación y participación en la vida pública y quien vigila para que sus derechos no sólo no se recorten sino que se extiendan hasta alcanzar a la última persona en una ciudadanía cosmopolita.”
JESÚS MARÍA OSÉS
Diario de Navarra 2007/12/22
Mejor, ciudadano
ARTUR Mas, líder de Convergencia i Unio, pronunció una conferencia en la que señalaba las líneas maestras y programáticas para refundar el catalanismo, es decir, el nacionalismo catalán. Recordando que cuando Tarradellas llegó a España dijo desde el balcón del Palacio de la Generalitat "ciudadanos de Cataluña, ya estoy aquí", el Sr. Mas propone que, pasados treinta años de aquel momento, debe dirigirse "a nuestros compatriotas más como a catalanes que como a ciudadanos de Cataluña". Porque el objetivo básico de su propuesta es alcanzar "la plenitud nacional de nuestro país, la vivencia plena de la nación".
La historia de los conceptos es complicada, tanto cuanto las elites políticas de cada momento son capaces de aprovecharse de ellos para movilizar pasiones sobre las que resulta muy problemática la convivencia política. No haría falta recordar que la política es el esfuerzo razonable, por tanto sólo humano, por escapar al determinismo natural. Sólo las personas podemos vivir razonablemente confiados en que quienes nos rodean no nos van a asaltar permanentemente. En una maravillosa expresión Ortega decía que sólo el hombre puede ensimismarse. A cualquier animal este acto le costaría la vida. Pero las personas hemos sido capaces de escapar a la naturaleza y acordar un espacio convencional en el que las leyes emanadas del Estado nos protegen.
En las democracias la política se fundamente sobre el concepto de ciudadanía. Ahora que se habla tanto del valor de la diversidad resulta que este viejo concepto de ciudadanía salta por encima de las diferencias para fijar unas condiciones mínimas sobre las que levantar el gobierno del demos. Lo cual supone en cada individuo una reflexión profunda, porque no es normal que el rico sea "igual" en derechos que el pobre, que el ilustrado sea "igual" que el analfabeto o que la mujer sea "igual" que el hombre. Casi nunca en la historia esto fue así. Pero en ese ejercicio de abstracción, de prescindir de lo que nos caracteriza como individuos, para fijarse en lo que nos iguala está la base de la convivencia política. Por tanto son características convencionales, inventadas por consenso y no dadas desde o por nacimiento las que hacen posible el orden político. La ciudadanía es una de esas características "construidas", no sin problemas aún no resueltos. Ciudadano es hoy quien tiene derechos civiles y políticos reconocidos, quien se relaciona con el Estado en términos de lealtad a la constitución y a las leyes, quien mantiene una conducta cívica de preocupación, ocupación y participación en la vida pública y quien vigila para que sus derechos no sólo no se recorten sino que se extiendan hasta alcanzar a la última persona en una ciudadanía cosmopolita.
Quizá por eso este concepto, ni lo que él conlleva en la práctica, no cabe en el discurso del catalán Mas, ni en el de algunos líderes navarros, vascos o españoles. No tratan de crear espacios cada vez mayores de convivencia en igualdad y libertad, sino de acotar pequeñas parcelas, "diversas" naciones, compartimentos establecidos en función de datos diferenciadores sobre los que exigir reivindicaciones de poder. Nadie puede dudar de que se hablan diferentes idiomas según los lugares, de que ciertas costumbres son distintas, de que el color de la piel varía, de que las músicas o los mitos cambian según los espacios y las culturas. Pero lo alarmante es que los políticos se fijen mucho más en esos aspectos diferenciadores - elevados frecuentemente a la categoría de excluyentes - que en aquellos otros que inducen a las virtudes cívicas como la concordia aristotélica o la fraternidad rousseauniana.
Por eso es tan preocupante dirigirse a "catalanes" o a "navarros". Si al menos hubiera tenido el catalán Mas la decencia de decir "ciudadanos catalanes"
Pero eso lo había dicho Tarradellas y ahora había que ir más allá. Lo de ciudadanos es una antigualla superada. Lo mejor está por venir: una nación basada en los sentimientos o en los deseos de serlo. Y es preocupante porque el juramento de lealtad a la constitución de un país, con la implicación de estar sometido a sus leyes en igualdad de condiciones que todos los demás conciudadanos, queda en segundo plano frente al nuevo - es decir rancio y conservador - postulado político: "El sentimiento de pertenencia es más importante que la condición administrativa de vivir en un territorio. Y en cualquier caso, la voluntad de ser catalán es el elemento más determinante". ¡Como si no tuviéramos bastantes problemas con hacer compatibles las diversas identidades! Ahora algunos proponen elegir una sola. Todo un avance democrático.
sábado, 22 de diciembre de 2007
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