Diario de Navarra 2007/06/21
“La lógica hacía pensar que, dada la trascendencia de su decisión para Navarra, el candidato socialista mostraría sus cartas inmediatamente y con toda franqueza, desmintiendo, así, a quienes acusaban a los socialistas de traficar con el futuro de esta comunidad”
Iñaki Iriarte López
¿Gobierno en Solitario PSN-IU?
CUANDO tras las elecciones, el PSOE declaró que la política de pactos de su filial en Navarra sería decidida por ella misma y no desde Madrid, muchos -con notable candidez- dimos por supuesto que ello beneficiaba bien a que se permitiera a los regionalistas de UPN y CDN gobernar en minoría, bien a un gobierno de coalición social-regionalista. Pensamos que, acaso, en Madrid, la hipótesis de formar un gobierno con los nacionalistas no les parecería tan descabellada -puesto que al fin y al cabo, ya lo habían hecho en Galicia, Cataluña y el propio País Vasco-, pero que, desde Navarra, los socialistas locales tendrían las cosas mucho más claras acerca de la amenaza que suponía la llegada de los anexionistas al poder.
Vana esperanza. De hecho, según se desprende de algunas declaraciones realizadas a lo largo de estas últimas semanas, en la Ejecutiva Federal del PSOE se habrían inclinado por dejar gobernar a UPN, mientras que, por increíble que parezca, la apuesta por desalojar a los regionalistas por medio de un pacto con Nabai habría calado entre los socialistas navarros.
Cándida se ha revelado también la predicción de que Puras despejaría la incógnita del próximo Gobierno Foral en muy breve tiempo. La lógica hacía pensar que, dada la trascendencia de su decisión para Navarra, el candidato socialista mostraría sus cartas inmediatamente y con toda franqueza, desmintiendo, así, a quienes acusaban a los socialistas de traficar con el futuro de esta comunidad. Pasadas más de tres semanas, el líder del socialismo navarro sigue dándose su tiempo, deshojando con parsimonia la margarita, incapaz de advertir cuánto perjudica a su partido su falta de claridad y resolución.
Bien es cierto que a estas alturas pocos mantenemos alguna esperanza de que la sensatez, la coherencia ideológica y el sentido de Estado prevalezcan en la decisión de Puras. Casi todo el mundo da por hecho una coalición contra natura con Nafarroa Bai. Atendiendo a las declaraciones recientemente realizadas por el Secretario de Organización del PSOE, José Blanco, aún cabría barajar otra posibilidad más: un gobierno de coalición en minoría PSOE-IU. ¿Descabellado? Sin duda. Pero también astuto, aparentemente astuto.
La jugada sería la siguiente: Puras se presentaría como candidato sin firmar ningún acuerdo, ni con nacionalistas, ni con regionalistas. De este modo, se realizaría el «cambio» que supuestamente han demandado los votantes. Y los nacionalistas se verían obligados a votar su investidura «gratis». Si no lo hicieran, por defecto estarían aupando a la Presidencia a su odiado Miguel Sanz. ¿Cómo se lo explicarían a sus votantes, sobre todo a los prestados por Batasuna? ¿Qué cómo gobernaría el PSN? Bueno: unos días se apoyaría en los votos de UPN para frenar toda propuesta que afectara a la identidad de Navarra. Y, otros días, recabaría el apoyo de los nacionalistas para las políticas sociales. Si desde NaBai optaran por vengarse votando en contra de dichas políticas, quedaría en evidencia que su progresismo es sólo teórico y que en el fondo únicamente les importa su patria imaginaria. Gracias a esto, el PSN podría llegar a unas futuras elecciones forales (presumiblemente, adelantadas) pudiendo aseverar bien alto que no ha jugado con la identidad ni el porvenir institucional de Navarra. Puras, en definitiva, aparecería como un hábil encantador de serpientes -el nacionalismo y el regionalismo-, capaz de hacerles oscilar a su voluntad de un lado para otro.
¿Ciencia ficción? Debería serlo. Porque la posibilidad de que quien ha sido condenado por los ciudadanos a una representación tan reducida en el Parlamento gobierne gracias a «mañas y furtos» resulta simplemente escandalosa. Más sensato sería convocar nuevas elecciones cuanto antes.
jueves, 21 de junio de 2007
domingo, 10 de junio de 2007
Fin de la Tregua
Diario de Navarra 2007/06/10
“Cara al futuro, ETA sabe que será suficiente con preparar un nuevo señuelo para que el grueso de la sociedad española, tan olvidadiza como deseosa de vivir en paz, caiga de nuevo en la trampa”
IÑAKI IRIARTE LÓPEZ
Fin de la Tregua
TAL vez sea un detalle carente de importancia, pero si algo me sorprendió de las declaraciones del presidente del Gobierno en relación al final del alto el fuego fue esa apreciación suya de que ETA «se equivocaba» -repitiendo, por cierto, una expresión de Aznar al final de la anterior tregua-. Avisarle a alguien de sus errores es algo que sólo se entiende cuando se alberga la esperanza de hacerle recapacitar y entablar algún diálogo con él. Y quiero creer que, a estas alturas, Zapatero habrá desechado ya de plano esa posibilidad. Sea como sea, lo que me hubiera gustado escucharle a nuestro presidente era confesar humildemente que él se había equivocado. Equivocado a la hora de verificar la voluntad de ETA de abandonar las armas, equivocado al presentar al PP como un partido que no quería la paz, equivocado al no impulsar la ilegalización de ANV, equivocado al referirse a Otegi como un «hombre de paz». No es momento de reproches, es cierto, y, puestos a repasar equivocaciones, no estaría de más recordar que también parecen haber errado quienes aseguraron que Zapatero había claudicado ante los terroristas. Otra cosa es que autorizara demasiados gestos, exasperando a media España.
De cualquier forma, todos nos equivocaríamos ahora si pensáramos que ETA ha perdido completamente el juicio al decidirse a finalizar la tregua. Al contrario. Es perfectamente consciente de que aunque las cosas le vayan muy mal, tiene asegurado ya, como mínimo, todo lo que la ingenuidad y la buena fe de nuestra democracia ha aceptado concederle. Cara al futuro, ETA sabe que será suficiente con preparar un nuevo señuelo para que el grueso de la sociedad española, tan olvidadiza como deseosa de vivir en paz, caiga de nuevo en la trampa. Bastará con alguna declaración equívoca de sus esbirros políticos, con decretar algún tiempo después otro alto el fuego «indefinido». Y, otra vez, los partidos nacionalistas, vascos y no vascos, directamente y a través de movimientos sociales de su cuerda, le pedirán al Gobierno de turno que aproveche esa «oportunidad histórica», que no «defraude las expectativas de la sociedad vasca», que «explore la posibilidad de una salida dialogada», que… negocie. ¿Cómo no irán a hacerlo cuando el martes mismo la portavoz del Gobierno vasco insistía en mantener abierta la vía del diálogo como «única salida al conflicto»?
ETA confía además en que un futuro proceso no partirá de cero, sino que se retomarán las cosas donde ahora se han dejado. Se admitirá, por tanto, la índole «política» del problema, se la volverá a reconocer como interlocutor válido, se aceptará la presencia de mediadores internacionales y, lo que no es poco, la necesidad de articular el derecho a decidir de los vascos. Los terroristas han comprobado, asimismo, que a sus presos no se les exigirá arrepentirse y que les bastará con perder algunos kilillos para disfrutar en la Bella Easo de una cura de reposo en compañía de sus parejas. Saben igualmente que quienes protesten serán reprobados como unos fachas resentidos que no desean paz. Y esto no es lo peor: por encima de todo ETA está segura de que cuanto más dolor cause, esa cháchara del «consenso entre todas las fuerzas democráticas» empujará a muchos constitucionalistas a mostrarse extremadamente conciliadores con el «nacionalismo sin pistolas», facilitándole, por ejemplo, el gobierno en diputaciones y ayuntamientos. Y este nacionalismo, aunque repudiando sinceramente la violencia, trabajará desde de la legalidad y las instituciones por la consecución del principal objetivo de ETA: una Euskal Herria independiente y euskaldun, es decir, la desaparición en estas tierras del Estado de los ciudadanos y su sustitución por un Estado étnico.
¿Tan gris es el panorama? Sí. A menos que los ciudadanos obliguemos a los dos partidos que representan al 80% del país a pactar todo cuanto afecte al modelo de Estado, a no ceder a las presiones de terceros y a comprometerse a derrotar a ETA sólo por medio de la Ley. Y si no nos hacen caso habrá que ir pensando en buscarnos otros representantes.
“Cara al futuro, ETA sabe que será suficiente con preparar un nuevo señuelo para que el grueso de la sociedad española, tan olvidadiza como deseosa de vivir en paz, caiga de nuevo en la trampa”
IÑAKI IRIARTE LÓPEZ
Fin de la Tregua
TAL vez sea un detalle carente de importancia, pero si algo me sorprendió de las declaraciones del presidente del Gobierno en relación al final del alto el fuego fue esa apreciación suya de que ETA «se equivocaba» -repitiendo, por cierto, una expresión de Aznar al final de la anterior tregua-. Avisarle a alguien de sus errores es algo que sólo se entiende cuando se alberga la esperanza de hacerle recapacitar y entablar algún diálogo con él. Y quiero creer que, a estas alturas, Zapatero habrá desechado ya de plano esa posibilidad. Sea como sea, lo que me hubiera gustado escucharle a nuestro presidente era confesar humildemente que él se había equivocado. Equivocado a la hora de verificar la voluntad de ETA de abandonar las armas, equivocado al presentar al PP como un partido que no quería la paz, equivocado al no impulsar la ilegalización de ANV, equivocado al referirse a Otegi como un «hombre de paz». No es momento de reproches, es cierto, y, puestos a repasar equivocaciones, no estaría de más recordar que también parecen haber errado quienes aseguraron que Zapatero había claudicado ante los terroristas. Otra cosa es que autorizara demasiados gestos, exasperando a media España.
De cualquier forma, todos nos equivocaríamos ahora si pensáramos que ETA ha perdido completamente el juicio al decidirse a finalizar la tregua. Al contrario. Es perfectamente consciente de que aunque las cosas le vayan muy mal, tiene asegurado ya, como mínimo, todo lo que la ingenuidad y la buena fe de nuestra democracia ha aceptado concederle. Cara al futuro, ETA sabe que será suficiente con preparar un nuevo señuelo para que el grueso de la sociedad española, tan olvidadiza como deseosa de vivir en paz, caiga de nuevo en la trampa. Bastará con alguna declaración equívoca de sus esbirros políticos, con decretar algún tiempo después otro alto el fuego «indefinido». Y, otra vez, los partidos nacionalistas, vascos y no vascos, directamente y a través de movimientos sociales de su cuerda, le pedirán al Gobierno de turno que aproveche esa «oportunidad histórica», que no «defraude las expectativas de la sociedad vasca», que «explore la posibilidad de una salida dialogada», que… negocie. ¿Cómo no irán a hacerlo cuando el martes mismo la portavoz del Gobierno vasco insistía en mantener abierta la vía del diálogo como «única salida al conflicto»?
ETA confía además en que un futuro proceso no partirá de cero, sino que se retomarán las cosas donde ahora se han dejado. Se admitirá, por tanto, la índole «política» del problema, se la volverá a reconocer como interlocutor válido, se aceptará la presencia de mediadores internacionales y, lo que no es poco, la necesidad de articular el derecho a decidir de los vascos. Los terroristas han comprobado, asimismo, que a sus presos no se les exigirá arrepentirse y que les bastará con perder algunos kilillos para disfrutar en la Bella Easo de una cura de reposo en compañía de sus parejas. Saben igualmente que quienes protesten serán reprobados como unos fachas resentidos que no desean paz. Y esto no es lo peor: por encima de todo ETA está segura de que cuanto más dolor cause, esa cháchara del «consenso entre todas las fuerzas democráticas» empujará a muchos constitucionalistas a mostrarse extremadamente conciliadores con el «nacionalismo sin pistolas», facilitándole, por ejemplo, el gobierno en diputaciones y ayuntamientos. Y este nacionalismo, aunque repudiando sinceramente la violencia, trabajará desde de la legalidad y las instituciones por la consecución del principal objetivo de ETA: una Euskal Herria independiente y euskaldun, es decir, la desaparición en estas tierras del Estado de los ciudadanos y su sustitución por un Estado étnico.
¿Tan gris es el panorama? Sí. A menos que los ciudadanos obliguemos a los dos partidos que representan al 80% del país a pactar todo cuanto afecte al modelo de Estado, a no ceder a las presiones de terceros y a comprometerse a derrotar a ETA sólo por medio de la Ley. Y si no nos hacen caso habrá que ir pensando en buscarnos otros representantes.
martes, 5 de junio de 2007
Lo que nos jugamos
¡Basta Ya! 2007/06/05
"Lo peor es que los nacionalistas están grabando un principio antidemocrático en el frontispicio de la política navarra. Según este principio, no somos miembros de una comunidad real de ciudadanos, sino más bien naturales de una etnia o nación imaginaria; y tal nación y sus presuntos derechos, por la propia lógica del nacionalismo, están por encima de los individuos y sus derechos. No seríamos ciudadanos en virtud de nuestra conciencia y voluntad libres, sino porque la tierra, la historia o los ancestros así lo han querido."
AURELIO ARTETA
Lo que nos jugamos
Hay entre nosotros quienes, ya sea por disimulo o por ignorancia, no parecen enterarse de algo evidente. Eso evidente es que el nacionalismo vasco representa hace tiempo el primer y más grave problema político que tiene Navarra. Tan distinto, tan anterior y tan superior a cualesquiera otros problemas públicos, por cierto, que condiciona el modo de plantear y resolver todos los demás.
¿Por qué? Muy sencillo: porque ese nacionalismo -y sólo él- cuestiona lo más previo: qué somos los navarros desde el punto de vista civil. Es decir, si continuamos formando una unidad política dentro de España o más bien debemos formar parte de otra llamada Euskalherría, cuyo régimen nacionalista lleva décadas propugnando separarse de España. Lo que disputa es la delimitación del nosotros navarro como comunidad civil, el demos o pueblo mismo de la democracia en Navarra (y, de rebote, el de España). Lastrada así su agenda política, nuestros gobiernos locales han sido durante décadas gobiernos bajo amenaza.
¿Se comprende entonces que el nacionalismo no impulsa una política de izquierda ni de derecha, sino anterior a esa división? Es que todo su empeño se agota en trazar las fronteras de su presunta etnia o nación y en promover su soberanía. ¿Se comprende también que sea una ideología reaccionaria? Es que regresa a tiempos y concepciones en que las diferencias de los sujetos prevalecían sobre su igualdad política. ¿Se comprende en fin que el nacionalista no es un partido como otro cualquiera? Mientras los restantes partidos admiten nuestra común ciudadanía, los nacionalistas arrancan justamente de su cuestionamiento y pretenden ser -y, en este caso, que otros seamos- ciudadanos de su propio Estado.
Los demás problemas políticos (vivienda, sanidad o atención a los ancianos) son cosa de un más o un menos: se encaran de un modo más progresista o más conservador, con mayor o menor cuidado e inversión pública en acometerlos. En cambio, incorporarnos a otra comunidad política es una cuestión de todo o nada: aquí no valen posiciones intermedias, por mucho que nos propongan primero tan sólo un órgano común permanente, después la progresiva oficialización del euskera, etc. Los nacionalistas no quieren una Navarra “un poco” o “un mucho” incorporada a Euskadi, sino incorporada del todo para componer al fin su mítica Euskalherria. Su supuesta “lengua propia”, por ejemplo, debe ser la del entero territorio foral, no sólo de allí donde se habla.
Tan crucial resulta esa pretensión, y tan inalcanzable a través del voto mayoritario, que durante 30 años los más desalmados de sus defensores han matado, agredido y amenazado a una parte importante de la población por esa causa. Todavía son bastantes los que desean (o justifican) matar, agredir y amenazar para que Navarra se incorpore a Euskadi y secunde la eventual voluntad de secesión de Euskalherria. Ya sólo eso le da a este conflicto un carácter dramático del que carecen los demás, que sería tramposo disimular, cuyas víctimas sería indecente olvidar. De ahí también que suscite pasiones encontradas, amén de silencios cómplices y cobardías equidistantes, que los otros conflictos públicos no pueden suscitar. Y es que este desafío nacionalista afecta a nuestras convicciones morales, a nuestros primeros derechos políticos y, cuando hay sangre de por medio, a nuestro temor a morir.
Por si fuera ello poco, aquí no sólo peligra el ser o no ser de Navarra, que tampoco es asunto de poca monta. Lo peor es que los nacionalistas están grabando un principio antidemocrático en el frontispicio de la política navarra. Según este principio, no somos miembros de una comunidad real de ciudadanos, sino más bien naturales de una etnia o nación imaginaria; y tal nación y sus presuntos derechos, por la propia lógica del nacionalismo, están por encima de los individuos y sus derechos. No seríamos ciudadanos en virtud de nuestra conciencia y voluntad libres, sino porque la tierra. la historia o los ancestros así lo han querido. De modo que “pertenecemos” a una comunidad de sangre, de cultura o de tradición que marca como nuestro destino político el de convertirnos en ciudadanos vascos... Pues en esto consiste el pluralismo que pregonan: el nacionalista exige que se reconozca “su” diferencia, pero necesita acabar con las diferencias de los otros; exige el pluralismo hacia fuera, pero lo persigue hacia dentro.
La autonomía política, la paz social, la salud moral de nuestra comunidad..., esto nos jugamos en el desafío. Para hacerle frente, hoy más que nunca el gobierno de Navarra requiere la unión de los constitucionalistas, desde UPN hasta IU incluida. Al lado de esa necesidad común, poco importa lo que se jueguen los partidos, sus recelos mutuos o los cargos a que aspiran. Una coalición frente al nacionalismo, ése sí que será un cambio a mejor y un verdadero progreso: los que reclaman a un tiempo las tres cuartas partes de los electores y la justicia política.
"Lo peor es que los nacionalistas están grabando un principio antidemocrático en el frontispicio de la política navarra. Según este principio, no somos miembros de una comunidad real de ciudadanos, sino más bien naturales de una etnia o nación imaginaria; y tal nación y sus presuntos derechos, por la propia lógica del nacionalismo, están por encima de los individuos y sus derechos. No seríamos ciudadanos en virtud de nuestra conciencia y voluntad libres, sino porque la tierra, la historia o los ancestros así lo han querido."
AURELIO ARTETA
Lo que nos jugamos
Hay entre nosotros quienes, ya sea por disimulo o por ignorancia, no parecen enterarse de algo evidente. Eso evidente es que el nacionalismo vasco representa hace tiempo el primer y más grave problema político que tiene Navarra. Tan distinto, tan anterior y tan superior a cualesquiera otros problemas públicos, por cierto, que condiciona el modo de plantear y resolver todos los demás.
¿Por qué? Muy sencillo: porque ese nacionalismo -y sólo él- cuestiona lo más previo: qué somos los navarros desde el punto de vista civil. Es decir, si continuamos formando una unidad política dentro de España o más bien debemos formar parte de otra llamada Euskalherría, cuyo régimen nacionalista lleva décadas propugnando separarse de España. Lo que disputa es la delimitación del nosotros navarro como comunidad civil, el demos o pueblo mismo de la democracia en Navarra (y, de rebote, el de España). Lastrada así su agenda política, nuestros gobiernos locales han sido durante décadas gobiernos bajo amenaza.
¿Se comprende entonces que el nacionalismo no impulsa una política de izquierda ni de derecha, sino anterior a esa división? Es que todo su empeño se agota en trazar las fronteras de su presunta etnia o nación y en promover su soberanía. ¿Se comprende también que sea una ideología reaccionaria? Es que regresa a tiempos y concepciones en que las diferencias de los sujetos prevalecían sobre su igualdad política. ¿Se comprende en fin que el nacionalista no es un partido como otro cualquiera? Mientras los restantes partidos admiten nuestra común ciudadanía, los nacionalistas arrancan justamente de su cuestionamiento y pretenden ser -y, en este caso, que otros seamos- ciudadanos de su propio Estado.
Los demás problemas políticos (vivienda, sanidad o atención a los ancianos) son cosa de un más o un menos: se encaran de un modo más progresista o más conservador, con mayor o menor cuidado e inversión pública en acometerlos. En cambio, incorporarnos a otra comunidad política es una cuestión de todo o nada: aquí no valen posiciones intermedias, por mucho que nos propongan primero tan sólo un órgano común permanente, después la progresiva oficialización del euskera, etc. Los nacionalistas no quieren una Navarra “un poco” o “un mucho” incorporada a Euskadi, sino incorporada del todo para componer al fin su mítica Euskalherria. Su supuesta “lengua propia”, por ejemplo, debe ser la del entero territorio foral, no sólo de allí donde se habla.
Tan crucial resulta esa pretensión, y tan inalcanzable a través del voto mayoritario, que durante 30 años los más desalmados de sus defensores han matado, agredido y amenazado a una parte importante de la población por esa causa. Todavía son bastantes los que desean (o justifican) matar, agredir y amenazar para que Navarra se incorpore a Euskadi y secunde la eventual voluntad de secesión de Euskalherria. Ya sólo eso le da a este conflicto un carácter dramático del que carecen los demás, que sería tramposo disimular, cuyas víctimas sería indecente olvidar. De ahí también que suscite pasiones encontradas, amén de silencios cómplices y cobardías equidistantes, que los otros conflictos públicos no pueden suscitar. Y es que este desafío nacionalista afecta a nuestras convicciones morales, a nuestros primeros derechos políticos y, cuando hay sangre de por medio, a nuestro temor a morir.
Por si fuera ello poco, aquí no sólo peligra el ser o no ser de Navarra, que tampoco es asunto de poca monta. Lo peor es que los nacionalistas están grabando un principio antidemocrático en el frontispicio de la política navarra. Según este principio, no somos miembros de una comunidad real de ciudadanos, sino más bien naturales de una etnia o nación imaginaria; y tal nación y sus presuntos derechos, por la propia lógica del nacionalismo, están por encima de los individuos y sus derechos. No seríamos ciudadanos en virtud de nuestra conciencia y voluntad libres, sino porque la tierra. la historia o los ancestros así lo han querido. De modo que “pertenecemos” a una comunidad de sangre, de cultura o de tradición que marca como nuestro destino político el de convertirnos en ciudadanos vascos... Pues en esto consiste el pluralismo que pregonan: el nacionalista exige que se reconozca “su” diferencia, pero necesita acabar con las diferencias de los otros; exige el pluralismo hacia fuera, pero lo persigue hacia dentro.
La autonomía política, la paz social, la salud moral de nuestra comunidad..., esto nos jugamos en el desafío. Para hacerle frente, hoy más que nunca el gobierno de Navarra requiere la unión de los constitucionalistas, desde UPN hasta IU incluida. Al lado de esa necesidad común, poco importa lo que se jueguen los partidos, sus recelos mutuos o los cargos a que aspiran. Una coalición frente al nacionalismo, ése sí que será un cambio a mejor y un verdadero progreso: los que reclaman a un tiempo las tres cuartas partes de los electores y la justicia política.
sábado, 2 de junio de 2007
Pactos de gobernanza
Diario de Navarra 2007/06/02
"Sólo por la perversión de una izquierda miope y que se ha quedado sin discurso político propio - y casi sin votos como IU -, el nacionalismo ha obtenido un marchamo de «progresismo». Es un error monumental."
Jesús Mª Osés
Pactos de gobernanza
LOS resultados electorales al Parlamento de Navarra dejaron un panorama complicado para la gobernanza de la Comunidad. El profesor Iriarte López (30 de mayo) apostaba por un gobierno tripartito UPN-CDN-PSN, basándose en una doble argumentación: una oferta generosa de UPN al PSN para compartir gobierno con un claro fin de mejorar las cuestiones sociales, y la consolidación del PSN como partido garante de la estabilidad institucional de Navarra. No sólo comparto su análisis sino que aportaré un argumento complementario.
Desde el PSN, puestos a elegir, podría optarse por la alianza con los partidos regionalistas frente a la de los partidos nacionalistas vascos. Lo que sigue tratará de fundamentar tal decisión.
Que desde UPN, en la estela marcada por el PP, se ha acusado a los socialistas de mil tropelías respecto de Navarra es algo evidente, doloroso y falso: ¿cómo se dice ahora que ambos partidos son constitucionalistas cuando unos acusaban a otros de vender Navarra a ETA? ¿Eran entonces traidores a Navarra y ya no lo son? Que el miedo infundido, y la mayoría de las veces infundado, a la sociedad con el tema de que Navarra estaba en almoneda en la mesa de negociación ha sobrepasado los límites tolerables de la crítica política. Con todo ello se ha dañado profundamente a la democracia y a la ciudadanía, y está por ver si beneficia a los partidos que provocan tamaño dislate. Por tanto parecería lógico no mirar a la cara a quien te desprecia, te insulta, te acusa y te criminaliza respecto a la permanencia y estabilidad de la comunidad política surgida de la Constitución.
Vayamos, por tanto, a la otra opción: un pacto a seis o siete bandas (PSN, IU, Aralar, PNV, EA, Batzarre y, en su caso, CDN). Dejemos de lado, metodológicamente, a IU y CDN, y centrémonos en NaBai. El ruido mediático los presenta como los grandes triunfadores: la segunda fuerza política, lo cual es cierto por los votos obtenidos. ¡Y pronto la primera! Dijo uno de sus líderes, Zabaleta, la noche electoral.
Estamos hablando de una coalición de nacionalistas vascos. Es decir - les trataré con el calificativo que ellos no aplican en los demás - de ciudadanos que no admiten, sino que encubren y ocultan tal cualidad. Como ha dicho el profesor Arteta, para un nacionalista vasco hay un objetivo prioritario: la construcción nacional vasca. Todo lo demás queda subordinado al mismo: todo. Por tanto, y aunque tímidamente a veces pronuncian el término «ciudadano», les quema en los labios y lo rechazan de raíz. Su «nación» no es de ciudadanos, es de nacionalistas vascos, que no es lo mismo. Y serlo no es algo voluntario, sino adscriptivo, de nacimiento…y de educación. Recordemos a Fichte: «La germanidad consiste en pertenecer a la estirpe de los germanos… la nación se define por el nacimiento, la territorialidad y el lenguaje …(y el educando) ha de formarse de manera que no pueda querer de manera distinta a la que se quiere que quiera». (Discursos a la nación alemana). El corolario de todo ello es: un pueblo, una nación y una cultura implican un Estado independiente. Todo esto está en NaBai. No se trata de condenarlo políticamente, pero sí de esclarecerlo para que brille lo que con tanto esmero se ocultó en la campaña electoral.
Por último: éste es un viejo y rancio nacionalismo de derechas. Sólo por la perversión de una izquierda miope y que se ha quedado sin discurso político propio - y casi sin votos como IU -, el nacionalismo ha obtenido un marchamo de «progresismo». Es un error monumental.
Curioso el hecho que pregonan de que apoyan decididamente las políticas sociales: ese es su nuevo juego. También los líderes de Hamás se han ganado la confianza de la población prestando servicios sociales sin, por ello, dejar de ser fundamentalistas. Por eso no nos pueden engañar. La mejora del bienestar social que UPN ha podido descuidar no es la clave para inclinarse hacia el otro lado, porque se puede corregir. Lo que es incorregible es el no tener asumidos valores como los de civismo (ciudadanía), el respeto a la libertad de elegir (no la adscripción) y la apertura, reconocimiento y protección legal para que uno pueda o no ser lo que él decida, al margen de lo que otros programan para él (nacionalismo obligatorio). Hasta el momento y sin ninguna duda UPN admite estos valores, pero no NaBai. Y si el PSN también los asume… saquen la conclusión sobre por dónde deberían ir los pactos.
"Sólo por la perversión de una izquierda miope y que se ha quedado sin discurso político propio - y casi sin votos como IU -, el nacionalismo ha obtenido un marchamo de «progresismo». Es un error monumental."
Jesús Mª Osés
Pactos de gobernanza
LOS resultados electorales al Parlamento de Navarra dejaron un panorama complicado para la gobernanza de la Comunidad. El profesor Iriarte López (30 de mayo) apostaba por un gobierno tripartito UPN-CDN-PSN, basándose en una doble argumentación: una oferta generosa de UPN al PSN para compartir gobierno con un claro fin de mejorar las cuestiones sociales, y la consolidación del PSN como partido garante de la estabilidad institucional de Navarra. No sólo comparto su análisis sino que aportaré un argumento complementario.
Desde el PSN, puestos a elegir, podría optarse por la alianza con los partidos regionalistas frente a la de los partidos nacionalistas vascos. Lo que sigue tratará de fundamentar tal decisión.
Que desde UPN, en la estela marcada por el PP, se ha acusado a los socialistas de mil tropelías respecto de Navarra es algo evidente, doloroso y falso: ¿cómo se dice ahora que ambos partidos son constitucionalistas cuando unos acusaban a otros de vender Navarra a ETA? ¿Eran entonces traidores a Navarra y ya no lo son? Que el miedo infundido, y la mayoría de las veces infundado, a la sociedad con el tema de que Navarra estaba en almoneda en la mesa de negociación ha sobrepasado los límites tolerables de la crítica política. Con todo ello se ha dañado profundamente a la democracia y a la ciudadanía, y está por ver si beneficia a los partidos que provocan tamaño dislate. Por tanto parecería lógico no mirar a la cara a quien te desprecia, te insulta, te acusa y te criminaliza respecto a la permanencia y estabilidad de la comunidad política surgida de la Constitución.
Vayamos, por tanto, a la otra opción: un pacto a seis o siete bandas (PSN, IU, Aralar, PNV, EA, Batzarre y, en su caso, CDN). Dejemos de lado, metodológicamente, a IU y CDN, y centrémonos en NaBai. El ruido mediático los presenta como los grandes triunfadores: la segunda fuerza política, lo cual es cierto por los votos obtenidos. ¡Y pronto la primera! Dijo uno de sus líderes, Zabaleta, la noche electoral.
Estamos hablando de una coalición de nacionalistas vascos. Es decir - les trataré con el calificativo que ellos no aplican en los demás - de ciudadanos que no admiten, sino que encubren y ocultan tal cualidad. Como ha dicho el profesor Arteta, para un nacionalista vasco hay un objetivo prioritario: la construcción nacional vasca. Todo lo demás queda subordinado al mismo: todo. Por tanto, y aunque tímidamente a veces pronuncian el término «ciudadano», les quema en los labios y lo rechazan de raíz. Su «nación» no es de ciudadanos, es de nacionalistas vascos, que no es lo mismo. Y serlo no es algo voluntario, sino adscriptivo, de nacimiento…y de educación. Recordemos a Fichte: «La germanidad consiste en pertenecer a la estirpe de los germanos… la nación se define por el nacimiento, la territorialidad y el lenguaje …(y el educando) ha de formarse de manera que no pueda querer de manera distinta a la que se quiere que quiera». (Discursos a la nación alemana). El corolario de todo ello es: un pueblo, una nación y una cultura implican un Estado independiente. Todo esto está en NaBai. No se trata de condenarlo políticamente, pero sí de esclarecerlo para que brille lo que con tanto esmero se ocultó en la campaña electoral.
Por último: éste es un viejo y rancio nacionalismo de derechas. Sólo por la perversión de una izquierda miope y que se ha quedado sin discurso político propio - y casi sin votos como IU -, el nacionalismo ha obtenido un marchamo de «progresismo». Es un error monumental.
Curioso el hecho que pregonan de que apoyan decididamente las políticas sociales: ese es su nuevo juego. También los líderes de Hamás se han ganado la confianza de la población prestando servicios sociales sin, por ello, dejar de ser fundamentalistas. Por eso no nos pueden engañar. La mejora del bienestar social que UPN ha podido descuidar no es la clave para inclinarse hacia el otro lado, porque se puede corregir. Lo que es incorregible es el no tener asumidos valores como los de civismo (ciudadanía), el respeto a la libertad de elegir (no la adscripción) y la apertura, reconocimiento y protección legal para que uno pueda o no ser lo que él decida, al margen de lo que otros programan para él (nacionalismo obligatorio). Hasta el momento y sin ninguna duda UPN admite estos valores, pero no NaBai. Y si el PSN también los asume… saquen la conclusión sobre por dónde deberían ir los pactos.
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